¿Por qué en México los niños no leen?

Cuando uno tiene energía infinita, sentarse a leer parece una contradicción casi biológica. Pero no, esa no es la razón por la que los niños (al menos los de este país) no leen.

La lectura es muchas cosas: forma de aprendizaje, pasatiempo, placer… Y según la escuela: obligación. Este es el primer punto por el que los niños comienzan a aborrecer la lectura, se les impone y para colmo se les imponen contenidos inadecuados a su horizonte cultural.

La lectura no es innata

La lectura, a diferencia de otros placeres en la vida, se aprende. Debe hallarse el contenido adecuado para despertar esa chispa que convertirá un acto, en apariencia estéril, en un placer.

Esto nos lleva a la segunda razón y quizá la más importante de por qué los niños no leen: les endilgan textos ajenos a su horizonte cultural. ¿En serio un niño, por adelantado a su edad que sea, podrá entender el porqué de la muerte de Pietro Crespi?  ¿O la razón por la cual Juan Pablo Castell mata a Maria Iribarne? ¿O entenderá los referentes de Virgilio en el camino por el infierno?

¡No! En la mayoría de los casos no lo hará y no porque no sea inteligente, sino porque ¡son niños!, con un horizonte cultural aún no apto para enfrentarse a esas realidades. No es que no quieran leer, es que no hay punto posible de comunión entre esos textos y sus intereses

¿Cómo lograr que un niño ame la lectura o se inicie en ella cuando se le obliga a leer cosas completamente ajenas a su realidad? En este punto, alguien podría objetar «¿qué no leer sirve para eso, para conocer otras opciones de realidad?» Sí claro, pero al inicio debe facilitarse en un mundo lleno de placeres sencillos.

Ver películas o series no exige el mismo tipo de esfuerzo cognitivo que leer; si bien al ver una película hay análisis de por medio (en el mejor de los casos), no existe la construcción de los escenarios en la mente del niño, todo un equipo de producción ya lo hizo por él. En cambio al leer, el niño requiere, como se dice coloquialmente, «echar a volar su imaginación» y eso no es tan fácil ni tan bonito como se piensa. Pretender que un niño lea de primera vez a Goethe, Homero o Joyce es apartarlo de la lectura para siempre, exactamente igual que con alguien que la primera vez que corra es obligado a participar en un maratón.

Los niños no leen por nuestra culpa

Libros como «La Celestina» son dejados de tarea a niños de primero de secundaria cuando son libros tan complejos que se trabajan a lo largo de todo un semestre en carreras universitarias como Lengua y Literatura. ¿No es ilógico y hasta violento esperar que un niño, quien apenas comienza a vivir, comprenda el catálogo más extenso de las emociones humanas, con referentes complicadísimos de otras épocas que ni siquiera ha visto en materias como Historia? ¡Sí! Lo es, entonces ¿por qué lo hacemos?

La literatura infantil y juvenil ha tenido un gran auge y hay colecciones completas dedicadas a los niños no sólo por edad, sino por madurez lectora. Sin embargo son libros ignorados porque, bajo una idea vasconcelista, se cree que con la lectura de los clásicos se saldrá de la ignorancia. Y en este mundo lleno de adaptaciones cinematográficas de «La Ilíada», «La Odisea» y similares, habría que ser más inteligente al momento de fomentar la lectura en los niños.

Y no lo digo yo, la Encuesta Nacional de Lectura respalda esto: la segunda causa por la que la gente no lee, es porque le aburre; les aburre porque se les presentó de primera vez un texto complicadísimo que para nada era de su interés.

La lectura no es el problema, nunca lo ha sido, el problema son los títulos que se imponen.

Los clásicos tampoco son el problema, nunca lo han sido, el problema es que se imponen y aún peor, a temprana edad.

Los niños tampoco son el problema, nunca lo han sido, el problema es que no se atiendan a sus necesidades ni a su contexto.