Las traducciones nos permiten experimentar historias, conocimiento y acercarnos a culturas con las cuales sería casi imposible convivir de otras formas. Facilitan el viaje por el tiempo y el espacio de obras que fueron creadas en momentos y lugares que ya han desaparecido.
Lo bueno de las traducciones
La capacidad de hallar similitudes lo suficientemente cercanas entre dos lenguas para expresar ideas equivalentes es, de forma pragmática, lo que permite la comunicación entre personas que hablen distintos idiomas. A veces incluso dos dialectos de la misma lengua necesitan un poco de esfuerzo extra para hallar un espacio común: ¿cuántas veces alguien de Hispanoamérica no se ha topado con una traducción hecha en España (o viceversa), con palabras y estilos que incluso le desconcentran? Lo mismo pasa cuando una traducción es muy vieja.
Gracias al trabajo de personas que se dedican a traducir textos, es posible conocer solo una lengua, pero leer creaciones que se originaron en otras. Desde las lenguas más populares (hegemónicas) hasta las más desconocidas (reprimidas), el alcance es inimaginable.
Lo malo de las traducciones
Sin embargo, todo tiene su contrapeso. No hay dos lenguas, ni siquiera dos dialectos de una misma, que tengan equivalencias absolutas y totalmente atinadas. De hecho, cuando se traduce de un idioma a otro que no pertenece a la misma familia, con el cual no comparte un origen, el reto crece.
Esta situación resalta la utilidad de las traducciones: el acceso a conocimiento al cual de otra forma sería imposible acercarse. Pero también trae un problema: leer una traducción no equivale a leer la obra original. Leer una traducción de Murakami en español, inglés o ruso, no es leer a Murakami, sino a quienes le traducen. Cuando he leído a Kawabata, no lo leo a él, sino a lo que alguien tradujo, de lo contrario ni siquiera podría hacerlo.
Más allá del esnobismo, es importante porque no se puede juzgar por completo a un autor o autora si no se le lee. ¿Qué pasa si quien lo tradujo cometió un error? ¿Cuál es la consecuencia cuando quien traduce embellece una al expresarla en su lengua, pero quien la escribió no logró tal uso del lenguaje? ¿Qué hay de los chistes y referencias culturales tan restrictivas que son imposibles de traducir y requiere cambios?
Esto se parece al debate sobre si una réplica (con algunos cambios en colores, tamaños o materiales) de una pintura puede o no causar el mismo efecto que la original. La tarea de quienes traducen, en especial relatos y poesía, es un reto cuyo valor tiene un tamaño enorme. Su magnitud es comparable con cuán ignorado es.
Otro aspecto negativo es que hay ciertos idiomas que son ignorados tanto para acercarles obras, como para dar a conocer su arte, conocimiento y cultura al mundo. Por cada español, inglés y chino del mundo, hay cientos de otros idiomas ignorados de los cuales muchas personas ni siquiera nos enteramos.
Lo que no se nombra no existe, y desde la pasividad, hasta los actos violentos por eliminar culturas e idiomas, son aspectos negativos del estado actual de las traducciones. Urge más atención a idiomas tales como los mixe, los sami o xhosa. Urge que los Estados reconozcan a todas las naciones que existen dentro de sí (muchas veces por imposición), como señala Yasnaya Elena Aguilar Gil.
Una bella traducción
Y es eso mismo, esa dificultad y esos cambios inherentes al traducir, lo que hacen bellas a las traducciones. Si bien todos nos hemos topado con algunas deplorables o muy complicadas, no dejan de tener mérito.
Las traducciones de literatura se enfrentan a una dicotomomía constante: la traducción de las palabras contra la transmisión de mensajes e ideas. Cada traductor tiene ciertas preferencias personales, además de obedecer a quienes pagan por su trabajo.
Según la obra, la editorial, la persona que traduce, las lenguas entre las cuales se hace y otras variables, el balance fluctúa de un extremo a otro. La poesía presenta los mayores retos de ello: además de las palabras mismas, están las figuras retóricas, las imágenes, las intenciones, las emociones, las rimas, el ritmo, etc. ¿Cómo abordar la traducción de un poema? ¿Qué priorizar? ¿Importa más hallar equivalencias a cada palabra o reproducir las figuras y emociones que quien lo escribió puso en él?
Por eso las traducciones suelen ser más caras que las ediciones en idioma original (aunque tristemente quienes traducen no reciben lo que deberían). Leer una traducción es leer la belleza de leer un trabajo en equipo entre dos personas a quienes separan el tiempo, la distancia y las culturas. ¿Es mejor leer la traducción o el original? ¿Mejor para quién?
Si se conoce el idioma original (y su cultura) leerlo siempre será ideal. Pero esto mismo se enriquece si después (o antes) se lee una traducción, pues se apreciará la belleza de la misma historia, con otras palabras. Esto se debe, en parte, a que distintos idiomas que una misma persona conozca, detonan distinta actividad cerebral. Después de todo, no hay historias nuevas, solo formas nuevas de contarlas (y traducirlas). Asimismo, si no se conoce el lenguaje original, leer una traducción siempre será mejor que no leer nada.
Las traducciones son bellas y ayudan a mucho más que acceder a conocimiento: reducen las brechas entre culturas, acercan a las gentes del mundo y ponen en un contexto cercano aquello que sería desconocido de cualquier otra manera.