Si hay algo queremos lograr, es que Lector Urbano sea un espacio para todos los lectores, sin importar sus gustos, edad, género o color favorito de Panditas (aunque el sentido común dicte que la respuesta sea «rojo»). Otro de nuestros objetivos, que va ligado al primero, es fomentar la lectura de una manera que se enfoque en el goce y se aleje de los estereotipos y el elitismo.
Parte de ese elitismo incluye ideas populares como que ciertos libros deben ser leídos y disfrutados, cuando la realidad no es tan simple ni aburrida. Sí, hay calidad en algunos textos que los hace valiosos y admirados a través de los siglos. Otros además cuentan con el significado e importancia que la historia misma les ha brindado, por su impacto en la cultura misma.
Sin embargo no debemos olvidarnos del contexto de cada obra y el propio de los lectores. Después de todo, Shakespeare hoy en día es considerado por muchos como un autor de gran clase y en su momento se dedicó a escribir teatro popular, que debía competir por audiencia con otros eventos que atraían multitudes, como lo eran las ejecuciones públicas.
También es cierto que muchas obras son admiradas por elementos como la innovación que representaron, su estructura narrativa (pensemos en Ulises de James Joyce), su uso del lenguaje (cualquier texto de García Márquez) o su impacto en la sociedad (el naturalismo de Zolá). Cuando alguien tiene curiosidad por aprender más de ello son el mejor lugar para adentrarse en terrenos desconocidos.
No obstante, esa curiosidad y el placer de satisfacerla deben ser el impulso para leer. Ya lo decía bien Borges al hablar de la «Divina comedia»: él era un lector hedónico y consideramos que todos deberíamos de ser así y dejar, como el autor argentino, los comentarios y críticas para después de la primera lectura.
La calidad y la soberbia
El problema con asignar un valor casi dogmático a ciertos textos es que se aleja de ellos a muchas personas. Al mismo tiempo parece obligatorio opinar que cierto libro es bueno y nos gusta, sólo porque el consenso lo dicta. Leer debe ser una puerta a la discusión y la contraposición de ideas. No todo lo bueno nos va a gustar, ni todo lo malo será odiado por todos. Es válido detestar al Quijote y amar a Coelho, aunque reconozcamos la calidad de cada uno.
De la misma forma es conveniente evitar la confusión ególatra típica: declarar que un texto es bueno porque nos gustó, o que es malo porque nos aburrió. Al leer y leer y leer, poco a poco las personas se vuelven capaces de distinguir los elementos que dan calidad a un texto, independientemente de la opinión personal sobre el mismo.
El otro riesgo de tener un listado de textos obligados y apreciados como religión, es ignorar otras obras que tal vez nos brinden el mismo o más placer. La experiencia de descubrir textos poco conocidos, que no tienen la fama que merecen, es una que muchos se pierden. Esto porque el mundo les ha dicho, durante toda su vida, que deben leer algunos textos específicos, antes de considerar cualquier otro.
Los invitamos a desechar la egolatría, reconocer la calidad separada de las opiniones y leer lo que les venga en gana, siempre y cuando les dé curiosidad, lo disfruten o les ayude a mejorar de alguna forma, pues eso abrirá nuevas puertas. Y sí, se vale dejar un libro incompleto y pasar a la siguiente aventura literaria.